Comprender el sistema global contemporáneo exige colocar en el centro el concepto de “colonialidad”, desarrollado por el sociólogo Aníbal Quijano. La historia tiende a considerar el colonialismo como una época superada; sin embargo, es precisamente desde allí que se ha estructurado el sistema-mundo actual, como bien define Immanuel Wallerstein. La “colonialidad” se configura a partir de la concepción de “raza” como mecanismo para despojar al ser humano de su condición de sujeto, lo cual justifica tanto la subordinación de saberes como la colonización epistemológica. Unido al pilar del capitalismo —que, desde la época colonial hasta el presente, ha construido relaciones de dependencia—, este patrón se sostiene sobre el control histórico ejercido sobre la producción y los recursos del Sur Global. Este legado atraviesa todos los ámbitos de la vida y sigue condicionando nuestro presente y nuestro horizonte futuro.

En este contexto, el sector de la cooperación internacional —surgido en el Norte Global dentro de un sistema profundamente asimétrico— ha interiorizado, a menudo sin cuestionarlo, el patrón colonial que lo vio nacer. Tanto las organizaciones no gubernamentales como las agencias oficiales reproducen desigualdades que concentran poder e influencia en esa misma geografía. Reconocer esta herencia constituye, ante todo, un acto político: la política entendida más allá de una esfera aislada, técnica o restringida a lo parlamentario o partidista. La sociedad civil posee una notable capacidad para hacer política desde el activismo, el estudio, la toma de conciencia y la renuncia al privilegio.

De ahí que las ONG estén llamadas a admitir su privilegio histórico y a ceder protagonismo a los actores del Sur Global, de modo que sean estos quienes lideren la construcción de sociedades más justas y pacíficas. Solo así llegará a la ciudadanía un discurso crítico que cuestione los estilos de vida que sostienen un modelo de desarrollo injusto e insostenible y, al mismo tiempo, se abrirá paso en las instituciones un proceso de desaprendizaje colectivo y de aprendizaje de nuevas formas de relación con territorios y saberes que no nos pertenecen.

La colonialidad opera de manera entrelazada en tres planos: poder, saber y ser. Primero, la colonialidad del poder configura la desigualdad económica y social que vertebra el mercado mundial. Segundo, la colonialidad del saber impone el eurocentrismo como referencia epistémica hegemónica y silencia epistemologías del Sur. Tercero, la colonialidad del ser deshumaniza a los pueblos históricamente colonizados, relegándolos a la subalternidad.

Estas formas de colonialidad no sólo persisten: se han visto reforzadas por el neoliberalismo global. A partir de los años noventa, tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, se impuso la narrativa del “fin de la historia” y “el fin de las ideologías”, consolidando la victoria del modelo capitalista occidental. En ese contexto, el neoliberalismo se erige como patrón civilizatorio global, dotado de un carácter normativo y aspiracional, cuyos principios se presentan como neutrales, universales y científicamente validados.

Este paradigma vacía el campo de la política al reducirla a mera gestión técnica, reforzando la idea de que no hay alternativas posibles. Como advierte Edgardo Lander, esta visión restringe el espacio para la pluralidad epistémica y ontológica, y profundiza las desigualdades sociales. Así, la globalización neoliberal, lejos de ser solo un proceso económico o tecnológico, se ha convertido también en un dispositivo de control del conocimiento y la subjetividad.

En este marco, el conocimiento se vuelve un instrumento central de dominación simbólica. La verdad, el sentido común y los valores colectivos son gestionados desde una racionalidad única que silencia otrasformas de conocer, organizar y habitar el mundo. La globalización impone así una homogeneización que atraviesa todos los ámbitos de la existencia: el trabajo, el género, la naturaleza y la subjetividad.

Frente a este panorama, el pensamiento decolonial plantea un giro radical. En lugar de quedar atrapado en los binarismos impuestos por el imaginario moderno occidental —izquierda/derecha, tradición/modernidad, civilización/barbarie—, propone superar esas dicotomías que alimentan el populismo, la polarización y el control social. Esta reflexión exige también distanciarse de los dogmas ideológicos heredados y reconocer la legitimidad de múltiples formas de pensamiento, incluso cuando desafían los marcos establecidos.

El Norte Global atraviesa, además, una profunda fatiga política e intelectual: una crisis de imaginación, creatividad y capacidad transformadora frente a desafíos como el colapso climático, el aumento de la desigualdad o la fragmentación social. Esta crisis no es solo económica o institucional, sino también cognitiva. Y las respuestas no pueden provenir del mismo paradigma que las ha generado.

Por ello, urge avanzar hacia diálogos horizontales e interculturales, donde el respeto a las identidades, saberes y memorias históricas sea el punto de partida. Esta transformación exige dos pasos esenciales: por un lado, una revisión crítica del privilegio estructural que el Norte Global mantiene en la configuración del sistema-mundo; por otro, el reconocimiento activo de la agencia, los liderazgos y las propuestas que emergen desde los pueblos históricamente marginados.

En este nuevo horizonte, la cooperación internacional debe alejarse de su lógica asistencialista, heredada de la tradición caritativa occidental, y orientarse hacia una práctica ética de reparación histórica. Implica entender que nuestro bienestar depende del bienestar de los otros y del sostenimiento de lo común. Las lógicas que sustentan el actual modelo de desarrollo global ya no son sostenibles ni moralmente aceptables.

En definitiva, la decolonialidad no puede reducirse a una crítica teórica. Es un proyecto ético-político urgente, necesario para desmontar las estructuras de dominación que organizan el sistema-mundo y para imaginar un futuro realmente plural, justo y sostenible. Solo así podrá darse una reparación a la altura de la historia.

Rita Agüero.

Universidad Carlos III de Madrid.

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